Centolla, oro rojo que es tratado con sumo cuidado por parte de los maestros pescadores, pues su fragilidad los fractura y mueren, y muerta no tiene ya valor. Se siente respeto por este cangrejo que sólo se da en las limpias y frías aguas próximas a los polos, que apenas crece un centímetro por año (así dicen los que saben de esto) y ya he visto algunas cuyo caparazón superaba los 20. Imagino estos animalitos en el fangoso fondo del Canal Beagle, a veces a más de 150 metros de profundidad, desconociendo que allí arriba se da otro mundo que no es agua al que serán arrastrados para no volver a menos que se trate de hembras o machos adolescentes que no han dado la talla. Pero no les contarán estos últimos al resto el fin de la trampa que estoy levantando, y que encarno de nuevo para volverla a dejar en el fondo del mar.
Hoy el canal estaba en calma. Jornada matutina despejada que ha dejado al sol calentar nuestro rostro y nuestras manos después de muchos días helados. No demasiada centolla, al menos en las primeras trampas, y un pequeño contratiempo reparando los conos que un lobo ha roto en su afán de zamparse la carnada. Las dos últimas líneas, en aguas más profundas y menos resguardadas por los islotes, nos han salvado el día y han añadido un poco de emoción a la lancha, por allí sí que estaba movido…