Pasada la media noche del día 30 de Diciembre, recién llegado de una expedición de tres días a un lugar que se encuentra a tres horas de navegación desde Puerto Williams, Yendegaia me devuelve a la cama. Eso sí, tras unos vinos compartidos en casa del vecino.
Sin ser el paraíso que uno imagina cuando imagina el paraíso, y no por eso dejar de ser uno de los lugares más alucinantes que he pisado.. Pachamama supo de nuestro viaje, y nos regaló un espléndido sol y una temperatura perfecta para nosotros y también para el manjar de mosquitos que nos hizo polvo las manos, la cara y los huesos. Dieciséis grados no es algo que ocurra aquí todos los días, ni en mitad del verano, momento en que nos encontramos.
Durante estos días hemos abierto sendas, nos hemos perdido buscando el glaciar que prometía Google Earth y encontrado en medio de una castorera que impedía seguir río arriba.. Por suerte, cuando llegamos a Caleta Ferrary -Yendegaia, una de las cabañas estaba abierta y no hemos tenido que armar carpa, sólo limpiar lo que dejaron los pescadores y recolectar algo de leña para cocinar y para calentarnos por la noche. En estos días llegamos a ver un guanaco, y algunos de los últimos caballos salvajes de la zona (baguales, introducidos hace algunas décadas hoy son una amenaza para el parque), cóndor, zorro rojo… Pescamos truchas, cazamos conejos, degustamos huevos de caiquén.. shhhh. Emocionante. En estos momentos uno se siente tan vivo como el mosquito que se aleja tras robarme (o regalarle) un pedacito de mi ser, y a la vez tan insignificante como el que murió aplastado por mi mano mientras trataba de cumplir su cometido.
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